domingo, 19 de agosto de 2012

Institucionalizar mis prerrogativas.

La sensación comienza con el sonar de un piano en mi cabeza, recordar viejos vals.
Saco de mi bolsillo las llaves, y son un montón de llaves que abren puertas antiguamente reconocidas. A solas como siempre ha sido ¿verdad?.

Abrir la puerta de la casa en que habito y solo encontrarme el esporádico ronroneo de mi gato, las cosas tal como las dejé, hasta la más pequeña partícula de polvo.

Aquí no hay nada y nunca lo habrá, por lo demás.

Instalar mis prerrogativas en su nombre implica una serie de cosas, marcar la línea clara del auto-respeto, abrazar la posible idea de la finitud, de la muerte y de la soledad; las 3 palabras más pesadas para soportar por una persona.

Si se tratara de demostrar que puedo o que no puedo hacer tal o cual cosa, a tal o cual persona, pues ya está; sólo es cosa de usar tacones,  maquillaje, fingir, pretender o no hacer nada de esas cosas. Pero nunca ha estado en juego o sobre la mesa la posibilidad de hacer ese tipo de cosas y ni decir sobre hacerlas por probar algún punto...

A solas quizá, si. Pero no mal acompañada. Y quizá ya vaya siendo tiempo de que alguien se amarre los pantalones y demuestre que no hay nada tan terrible en tolerar llegar a la casa vacía, dormir sin acompañantes o no hablar todo el tiempo con alguien (como si eso llevara a algún lado...)

La lluvia me reconforta como siempre lo ha hecho y lo ha sabido hacer, ahora sólo queda sanar las quemaduras y rasguños...