lunes, 14 de mayo de 2012

Arrancarme un dedo.

Valdría más, como dije, haberme arrancado el mismo dedo. Mi dedo ahora es una ramita muerta que pende del tronco que es mi brazo.

En medio de la noche oscura (y la negra noche cubrió sus ojos...) busco el resquicio del pasado, el rastro del fantasma de un pasado muerto.

Me hubiera sido más fácil desprenderme del dedo entero que del recuerdo de quién fui.

Era color plata, era una perfecta marca y tuve a bien registrar su imagen antes de que esta tragedia ocurriera. ¿Por qué me preocupa? Porque para mi las cosas no son tan simples como amuletos, son trozos de mí.

Y vaya que fue emblemático escuchar a la característica lluvia del verano caer mientras me lamentaba esa significativa pérdida, colgada de un teléfono portátil, llamándolo a él, mientras la lluvia corría no solo en la ventana sino en mi mirada, abrazada del pequeño niño de cabello negro alborotado.

Perdí parte de mi esencia construida-adquirida hoy, y me hice de una que otra nueva. Extraño mis caparazones, no sé ser un cangrejo sin cubierta.


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